martes, 31 de julio de 2007

Cerrado por... ¿vacaciones?


¿Es verdad que un periodista no descansa nunca? ¿Es cierto que un periodista siempre está al acecho de la noticia, aunque esté de campo y playa en un complejo turístico de la Polinesia? ¿Es verdad de la buena que un periodista no desconecta nunca?

Hay algo de cierto en todo esto, pero también mucho tópico barato. De hecho, desconozco en qué periodistas se fundamenta esta rumorología, porque incluso Lou Grant y la rana Gustavo conseguían tener vida privada (el primero cuando salía de los estudios de grabación y el segundo cuando se quitaba la gabardina, atacaba a Peggy y practicaba enérgicamente la diferencia entre dentro y fuera).

Las periodistas cotillas que aquí os cuentan sus secretos sí que descansamos, porque sabemos trabajar como burras, pero también desconectar (para desgracia de Nokia)... aunque no lo suficiente como para desengancharnos del blog. Así que alerta, que ¡agosto no puede con nosotras!

viernes, 20 de julio de 2007

El Jueves

Acaban de retirar 'El Jueves' por su portada. En ella, un tipo que podría ser el Príncipe le da por culo a una tía que podría ser Leti, y le dice: "¿Te das cuenta? Si te quedas preñada ¡esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!". Lo dice en referencia a los 2.500 eurecos por niño que ha prometido ZP.

Bueno, en realidad el príncipe no le da por culo, porque por el culo no podría fertilizarla. De hecho, ya le costó conseguirlo por el conducto habuitual. Así que seguramente no se traten ni del príncipe ni de la princesa. En cualquier caso, resulta inadmisible que secuestren una publicación sólo porque Letizia se ha visto representada y le parece que la han dibujado con el culo demasiado gordo.

Los polizías van de kiosco en kiosco, retirando la revista. Yo he llegado antes que ellos. Siempre corro más que ellos.

Con la revista venía un suplemento de los 60 gilipollas de la semana. Curiosamente, entre ellos no está el juez Del Olmo, que es quien ha mandado retirar 'El Jueves' del mercado.

jueves, 19 de julio de 2007

De trabajos y reputaciones varias


No sólo puede pasar que toda la seriedad que has intentado transmitir durante los primeros días en tu nuevo trabajo, para hacerte respetar, se derrumbe en un minuto, sino que pasa. Visualicen esta escena y lo entenderán (omito nombres verdaderos para no comprometer a nadie):

Tercer día en el trabajo nuevo. Intentando hacer amigos en la máquina del café (todo el mundo lo hace, porque el café es horroroso pero es el único lugar de interacción posible sin una pantalla de ordenador delante). Llega un chico de esos modernillos (tejanos caídos, gafas de pasta…) y me pregunta: “¿Tú eres amiga de Perica de los Palotes?”. Yo pongo cara de circunstancia. “¿De qué Perica de los Palotes?”, le pregunto. Dice: “Sí, hombre, de la que trabaja en el diario ‘El irracional’”. Digo: “¡Ah, claro, y tanto!”. Y el chico continúa el relato: “Es que tengo una foto tuya. Es de la fiesta de la ediorial esa que da vueltas al mundo”.

En ese momento me pongo blanca. No por el mareo de las vueltas, sino porque en esa fiesta el alcohol corrió que daba gusto… bebérselo. Y me temo lo peor. Efectivamente, lo peor está por llegar. El chico continúa, sin tener en cuenta que no estamos solos, sin tener en cuenta que a lo mejor hay ciertas intimidades que no quiero que se sepan… todavía. “Tú en la foto sales bien, pero yo no tanto…”, se lamenta. Y mis alarmas se disparan: “¡¡¿¿Tenemos una foto juntos??!!”. Y suelta, como si tal cosa: “Sí, es una autofoto, o sea que te abrazaste a mí”.

Es entonces cuando la tierra no te traga, aunque lo desees con todas tus fuerzas. En eso estaba cuando una de las compañeras de trabajo con las que intentaba confraternizar entra a la palestra y pregunta: “¿Y qué tienen de especial las fiestas que monta la editorial ésa que da vueltas al mundo?”. Y el chico contesta, así, tan tranquilo: “Que tienen barra libre”.

Cuando nadie dice nada y el aire se puede cortar, te entran de repente unas ganas horrorosas de ir al lavabo (aunque sólo sea para tener una excusa para esfumarte, ya que la tierra te ha dejado tirada y no se ha digando a tragarte).

miércoles, 11 de julio de 2007

Power

Cuando aplasto latas me siento poderosa

martes, 3 de julio de 2007

La máquina




La peor enemiga de nuestra redacción es la máquina expendedora. Está ahí, con pinta inocente. En realidad, como una fiera a la espera de su presa.


Tú vas, introduces tus 65 céntimos (si eres redactor piensas que quizá esto va a ser lo único que logres meter en todo el día, si eres redactora nunca piensas eso), y decides qué quieres mordisquear.


Los periodistas no sabemos tomar decisiones, por eso siempre la cagamos, por eso tenemos tan mala fama, porque siempre la cagamos porque no sabemos tomar decisiones. Una de las peores pruebas a las que puede someterse un periodista es la de elegir algo de la máquina expendedora. A ver, ¿unas galletitas princesa?, ¿una bolsa de quiconazos crujientes?, ¿una coca-cola light?, ¿unos ositos de gominola?, ¿unos palitos integrales? Es muy duro.


Hace cinco minutos que metiste tus 65 céntimos en la máquina y no sabes por qué optar, cuando llega otro periodista y se pone a la cola.


Los periodistas, además de indecisos, son muy impacientes. Basta con recordar la típica frase de los directores de diario: "lo quiero para ayer". Tú estás frente a la máquina, tienes a otro a la espalda, presionándote, tienes que decidirte. ¿Una bolsa de pipas?, ¿una palmera de chocolate?, mierda, ahora encima han puesto quelitas. Un drama.


Por fin, aprietas un número al azar. El 71. Mal. La cagaste, como siempre. La máquina expendedora arrastra el Kit-Kat hasta el borde del estante donde estaba colocado con esa palanca que tiene en espiral, hace un ruido burleta del tipo: zzzzzzmmmm... y en el último momento, nada. El Kit-Kat se queda enganchado al brazo en espiral. No cae. Y ahí están tus malditos 65 céntimos.


Le das una patada a la puta máquina. Luego intentas levantarla. El periodista que hasta hace un momento te presionaba, detrás de ti, hace amagos de ayudarte. No mucho, para no herniarse. Sus ayudas consisten en murumurar: "puta máquina, siempre igual". A veces finge que sacude la máquina contigo, pero en realidad todos los esfuerzos los haces tú.


Y tú, venga a darle ostias a la puta máquina de los cojones, hasta que hace temblar la pared que tiene detrás y hace un boquete en el suelo.


Por fin, exhausto y fracasado, vuelves a tu asiento. Sin Kit-Kat, sin 65 céntimos, y con el peso de saber que, otra vez, te equivocaste. En esta ocasión, marcando el número de lo que pretendías mordisquear.


Entonces, el periodista que tenías detrás introduce otros 65 céntimos. Si es hombre piensa que tal vez sea lo único que logre meter en el día de hoy; si es mujer, no piensa eso. Le caen, no una, sino dos coca-colas lights.


No esperes una moraleja, porque los periodistas no tenemos moral.