Necesito que House me hiperventile cada vez que salgo del súper. O que Clooney me haga el boca a boca. Lo que sea. Lo que necesito al salir del súper es que alguien me devuelva todo el aire que he tenido que soplar para abrir las malditas bolsas de la frutería. Por no hablar de las bolsas con asas que te dan en la caja.
De verdad, tendríais que verme: parezco una parturienta en plena contracción, allí, soplándole a la bolsa para que se separen las dos partes y pueda meter la fruta dentro. O un niño soplando esas velas de la tarta de cumpleaños que nunca se apagan. Al final acabo blanca. Exhausta. “Podrías probar con las uñas”, me diréis. Lo haría gustosa, si no me las comiera.
Si se os ocurre otra idea para no quedarme sin aire, os lo agradezco. No es sólo una cuestión física. Mi dignidad baja 17 enteros cuando tengo que hacer el numerito soplón en público.