martes, 16 de septiembre de 2008

Abre los ojos




Es muy recurrente soñar que te mueres. Aunque en realidad, en los sueños nunca llegas a morir: siempre hay un sobresalto que te despierta antes. A veces nos vemos muertos (en el ataúd o gente en nuestro entierro), pero no es lo mismo que vivir tu muerte en sueños. Dicen que si eso pasa, ya no despiertas jamás; pero claro, ¿quién ha vivido para contarlo?

Lo que hizo diferente el sueño que tuve el otro día es que mi muerte tenía plazo: me envenenaron con una especie de fruto oloroso y sabía que me iba a morir en 48 horas.

¿Qué hacer en mis últimas 48 horas? ¿De qué personas me daba tiempo a despedirme? ¿Podré llegar cuerda a mi último suspiro? Ninguno de estos interrogantes se me pasaba por la cabeza en ese sueño: lo único que quería era dormir (como si no lo estuviera haciendo ya...). “Si duermo”, me argumentaba a mí misma en el sueño, “no sufriré ni me enteraré de nada”.

¿Es ésa la actitud que tendría si me sucediera algo así en realidad? La pesadilla empezó cuando me desperté: mi cobardía me da miedo.

martes, 9 de septiembre de 2008

Dos misas en una semana

Soy como algunos fotógrafos: a no ser que sea para bodas, bautizos y comuniones, nunca voy a misa. Pero en una semana, por circunstancias diversas, asistí a dos de estas liturgias católicas.

La primera fue por amor al arte. En la catedral que quería visitar estaban haciendo misa y quedaba prohibido deambular por la nave, así que no tuvimos más remedio que colarnos en la misa, como dos practicantes más, y encontrar un asiento desde el que contemplar la nave, los rosetones, el altar y, sobre todo, el retablo de la capilla inaugurado unos meses antes y elaborado por las manos angelicales y la mente endemoniada de un artista que parece trabajar bajo el embrujo del ron. Valió la pena aguantar el sermón para adorar al Creador.

Siete días más tarde, también en un domingo, viví otra misa. Es costumbre en mi familia materna asistir a la misa cantada que se hace en el pueblo para rendir pleitesía a la virgen que, según la leyenda (otra de tantas), un pastorcillo encontró en la confluencia de los ríos que rodean el pueblo. Por eso la virgen se llama Vigilaquetevasaahogar. Yo sí que me casi me ahogo, pero en lágrimas, porque mi abuela, que le tenía verdadera devoción a la virgen, murió hace años. Y en esa misa —quién me lo iba a decir— me sentí más cerca de ella. Valió la pena aguantar el sermón para volver a abrazar a la Creadora.