Cuando está ahí. Cuando sabes que está ahí. Cuando vas ligando cabos, y no sólo está, no sólo lo sabes. Cuando lo tienes bien atado. Cuando por fin, sí, cuando por fin puedes contarlo. Ese momento es indescriptible. Supera cualquier emoción, salta la adrenalina. Lo tienes, eso es. Es tuyo, todo tuyo. Vas a publicarlo.
Recuerdo el brillo en sus ojos, yo diciendo "joder, es muy fuerte". Y él: "es muy bueno, un temazo". Temazo. Lleva cuatro años sacando temazos. Es un puto crack, qué cojones. Es de los mejores. Y sí, vale, en esta profesión hay mucha envidia. Y, de acuerdo, se estaba metiendo donde no debía. Y bien, bien, es un kamikaze. Le falta menos experiencia que cabeza. Pero lo que publica él no lo publica nadie. No aquí, por lo menos. Cataluña, el maldito oasis. Le han jodido. Se lo han cargado pero bien.
Entrar ahora en quién ha sido y por qué sería complicado y, así como están las cosas, aun con pseudónimo me acusarían de desvelar secretos de sumario. Insisto: en el
porqué está el
qué. No indagaré en la injusticia de la toga, sino en la otra, en la que nos concierne a todos aquellos que, si no creemos en la verdad, sí creíamos hasta ahora en la profesión.
La amábamos. Porque no hay nada más emocionante que contarlo.
El viernes fue llamado a declarar. Era testigo de aquel temazo que me contó con los ojos brillantes. Lo acusaron de calumnias. Hasta aquí es comprensible. Lo acusaron de un montón de cosas raras y tuvo que pagar una fianza más alta que la de los imputados.
Las pruebas: e-mails a los que sólo podían acceder interviniendo su correo electrónico, y llamadas telefónicas que sólo podían obtener mediante pinchazos.
Éstos son los preámbulos.
Que
El País haya mentido vilmente es asqueroso, pero hasta cierto punto previsible. En el mundillo, se ha puesto de moda una guerra que trasciende la política y que atenta contra los principios de la ética periodística. Qué digo, periodística; el compañerismo debería ser el principal valor de cualquier profesión.
Una cosa es la competencia, y otra, la competencia desleal. En un sector tan incompetente como el periodismo español, es imperdonable.
El País ha hecho trampa, porque ha tergiversado la realidad en aras de una guerra interna que no le interesa a nadie. Pero no sólo eso. Ha centrado la atención en un periodista de la competencia, cuando él no es el protagonista del caso. Él no es el acusado. El diario ha publicado incluso una foto suya, sin que haya todavía sentencia.
Si en vez de periodista, él hubiera sido fontanero, nadie hubiera publicado aquella foto ni aquel titular.
Si publicas el nombre y la fotografía de un colega, te lo cargas. Da igual que salga absuelto.
El País ha asesinado de forma profesional a un periodista de otro medio. Y es asesinato en cuanto a que es intencionado. Son tan cobardes que publican la foto, publican un titular que da lugar al malentendido, y nadie firma la noticia.
El comportamiento de
El Mundo ha sido igualmente deleznable. Después de que se haya pasado casi cuatro años publicando temazos en el rotativo, el diario considera que su redactor debe ser suspendido de empleo y sueldo hasta que se aclaren las cosas.
No sólo eso: se le ha prohibido poner un pie en la redacción.
Cualquier empresa debería defender a sus trabajadores, especialmente en el caso de las periodísticas, obligadas a confiar en quienes las mantienen. De un día para el otro, se han deshecho del redactor que más exclusivas ha dado en los últimos años (y "exclusivas" suele traducirse por "dinero") sin darle la oportunidad, ya no de defenderse, sino de ejercer el derecho propio de cualquier profesión.
El País se ha quitado de encima a la competencia y la ha utilizado para vender un tema.
El Mundo se ha quitado de encima un posible problema, sin tener en cuenta el bagaje de su redactor.
Y el único que ha sabido tratar la noticia con decencia ha sido
El Periódico, al margen de piques internos y otras chorradas que deberían de molestar al lector. Y que sólo dañan (y de qué manera) al redactor.
Todos sabemos lo mucho y lo bien que ha trabajado durante estos años. Quizá demasiado cerca del límite, no de la legalidad, sino del poder. El estado corrupto en el que vivimos no podía permitir que metiera las narices en según qué temas. Lo que me asquea es que el diario en el que -y para el que- trabajaba hasta ayer, tampoco.
En el tiempo que llevo aquí, se han cargado a tres compañeros de maneras tan indignas como indignantes. Nadie hace nada, nadie se rebela. Estamos en una situación tan precaria que, quien no publica, no cobra. Y quién quiere quedarse sin trabajo en plena crisis.
Por otra parte, quién quiere trabajar con esta gente que te da la espalda idependientemente de lo profesional que haya demostrado ser.
Ser valiente está prohibido. Ni siquiera tus compañeros te apoyarán en esto. Nadie hará nada. Y habrá incluso quien se alegre y se aproveche de la situación.
Asco. Desde el viernes, soy incapaz de sentir otra cosa. Incluso por mí misma, por mi propio miedo. Según mis valores, debería irme, dejar de trabajar en esta empresa. Pero, ¿cómo llegaré entonces a final de mes?
Me encantaba ser periodista. A él también. Pasión y profesión formaban un todo, y justificaban todas y cada una de las horas dedicadas al trabajo, que eran todas.
¿Vale la pena?
Poder contarlo, de eso se trata. Y vivimos en una puta sociedad amordazada.