lunes, 11 de mayo de 2009

Por primera vez, otra vez

Es evidente que para los recién nacidos, todo se hace por primera vez: el primer paseo, los primeros tejanos, el primer biberón... Lo que yo no sabía es que, al convertirme en madre, también iba a experimentar cosas por primera vez. Aunque ya las hubiera hecho antes.

En efecto, no me refiero a esas cosas que no había hecho nunca antes y que ahora forman parte de mi rutina diaria (cambiar pañales, baños, limpiar babas, etc.). No. Me refiero a esas cosas que solía hacer antes y que ahora, al volverlas a hacer, las vivo con renovada intensidad. Estoy hablando de esas cosas que hago sola, sin mi hijo, y pueden ser tan triviales como ir en metro. La primera vez que fui en metro sin mi hijo fue toda una experiencia. Antes solía coger un libro y no levantar la mirada de las páginas hasta que llegaba a mi destino. Ahora, sin embargo, no paro de observar a la gente, a cada una de las personas que entran y salen por las puertas. Sí, experimento la curiosidad por unas vidas ajenas como si fuera la primera vez que me mezclo en ellas.

No digamos la sensación novedosa que supuso ir a mi primera fiesta. Parecía que hacía años que no me ponía sombra de ojos ni me pintaba los labios y, al hacerlo, las manos dudaban como si fuera una adolescente maquillándome a escondidas de mi madre.

Es cierto que hay un antes y un después cuando tienes un hijo. No haces todas las cosas que hacías antes, pero cuando las haces, las vives como una colegiala con zapatos nuevos. Nadie me había hablado de esta sensación y la verdad es que me gusta. Es como haber vuelto a nacer.

lunes, 13 de abril de 2009

¡Por fin!

¡Por fin tengo Internet en casa! Sí, sí, como lo lees. Se acabaron las visitas al ciber. Hasta los 33 años, que son los que tengo ahora, he vivido sin ordenador en casa. Hace tres semanas que tenemos el portátil y ahora mismo estreno la conexión a Internet. Qué momento...

Es evidente que esto de las prioridades es cosa de cada uno. Yo, por ejemplo, he tenido antes un hijo que Internet...

domingo, 15 de febrero de 2009

Prohibido ser valiente

Cuando está ahí. Cuando sabes que está ahí. Cuando vas ligando cabos, y no sólo está, no sólo lo sabes. Cuando lo tienes bien atado. Cuando por fin, sí, cuando por fin puedes contarlo. Ese momento es indescriptible. Supera cualquier emoción, salta la adrenalina. Lo tienes, eso es. Es tuyo, todo tuyo. Vas a publicarlo.

Recuerdo el brillo en sus ojos, yo diciendo "joder, es muy fuerte". Y él: "es muy bueno, un temazo". Temazo. Lleva cuatro años sacando temazos. Es un puto crack, qué cojones. Es de los mejores. Y sí, vale, en esta profesión hay mucha envidia. Y, de acuerdo, se estaba metiendo donde no debía. Y bien, bien, es un kamikaze. Le falta menos experiencia que cabeza. Pero lo que publica él no lo publica nadie. No aquí, por lo menos. Cataluña, el maldito oasis. Le han jodido. Se lo han cargado pero bien.

Entrar ahora en quién ha sido y por qué sería complicado y, así como están las cosas, aun con pseudónimo me acusarían de desvelar secretos de sumario. Insisto: en el porqué está el qué. No indagaré en la injusticia de la toga, sino en la otra, en la que nos concierne a todos aquellos que, si no creemos en la verdad, sí creíamos hasta ahora en la profesión.

La amábamos. Porque no hay nada más emocionante que contarlo.

El viernes fue llamado a declarar. Era testigo de aquel temazo que me contó con los ojos brillantes. Lo acusaron de calumnias. Hasta aquí es comprensible. Lo acusaron de un montón de cosas raras y tuvo que pagar una fianza más alta que la de los imputados.

Las pruebas: e-mails a los que sólo podían acceder interviniendo su correo electrónico, y llamadas telefónicas que sólo podían obtener mediante pinchazos.

Éstos son los preámbulos.

Que El País haya mentido vilmente es asqueroso, pero hasta cierto punto previsible. En el mundillo, se ha puesto de moda una guerra que trasciende la política y que atenta contra los principios de la ética periodística. Qué digo, periodística; el compañerismo debería ser el principal valor de cualquier profesión.

Una cosa es la competencia, y otra, la competencia desleal. En un sector tan incompetente como el periodismo español, es imperdonable.

El País ha hecho trampa, porque ha tergiversado la realidad en aras de una guerra interna que no le interesa a nadie. Pero no sólo eso. Ha centrado la atención en un periodista de la competencia, cuando él no es el protagonista del caso. Él no es el acusado. El diario ha publicado incluso una foto suya, sin que haya todavía sentencia.

Si en vez de periodista, él hubiera sido fontanero, nadie hubiera publicado aquella foto ni aquel titular.

Si publicas el nombre y la fotografía de un colega, te lo cargas. Da igual que salga absuelto. El País ha asesinado de forma profesional a un periodista de otro medio. Y es asesinato en cuanto a que es intencionado. Son tan cobardes que publican la foto, publican un titular que da lugar al malentendido, y nadie firma la noticia.

El comportamiento de El Mundo ha sido igualmente deleznable. Después de que se haya pasado casi cuatro años publicando temazos en el rotativo, el diario considera que su redactor debe ser suspendido de empleo y sueldo hasta que se aclaren las cosas.

No sólo eso: se le ha prohibido poner un pie en la redacción.

Cualquier empresa debería defender a sus trabajadores, especialmente en el caso de las periodísticas, obligadas a confiar en quienes las mantienen. De un día para el otro, se han deshecho del redactor que más exclusivas ha dado en los últimos años (y "exclusivas" suele traducirse por "dinero") sin darle la oportunidad, ya no de defenderse, sino de ejercer el derecho propio de cualquier profesión.

El País se ha quitado de encima a la competencia y la ha utilizado para vender un tema. El Mundo se ha quitado de encima un posible problema, sin tener en cuenta el bagaje de su redactor.

Y el único que ha sabido tratar la noticia con decencia ha sido El Periódico, al margen de piques internos y otras chorradas que deberían de molestar al lector. Y que sólo dañan (y de qué manera) al redactor.

Todos sabemos lo mucho y lo bien que ha trabajado durante estos años. Quizá demasiado cerca del límite, no de la legalidad, sino del poder. El estado corrupto en el que vivimos no podía permitir que metiera las narices en según qué temas. Lo que me asquea es que el diario en el que -y para el que- trabajaba hasta ayer, tampoco.

En el tiempo que llevo aquí, se han cargado a tres compañeros de maneras tan indignas como indignantes. Nadie hace nada, nadie se rebela. Estamos en una situación tan precaria que, quien no publica, no cobra. Y quién quiere quedarse sin trabajo en plena crisis.

Por otra parte, quién quiere trabajar con esta gente que te da la espalda idependientemente de lo profesional que haya demostrado ser.

Ser valiente está prohibido. Ni siquiera tus compañeros te apoyarán en esto. Nadie hará nada. Y habrá incluso quien se alegre y se aproveche de la situación.

Asco. Desde el viernes, soy incapaz de sentir otra cosa. Incluso por mí misma, por mi propio miedo. Según mis valores, debería irme, dejar de trabajar en esta empresa. Pero, ¿cómo llegaré entonces a final de mes?

Me encantaba ser periodista. A él también. Pasión y profesión formaban un todo, y justificaban todas y cada una de las horas dedicadas al trabajo, que eran todas.

¿Vale la pena?

Poder contarlo, de eso se trata. Y vivimos en una puta sociedad amordazada.

jueves, 8 de enero de 2009

Scarlett y yo hemos roto


El otro día vi en la tele Lo que el viento se llevó. Hacía años que no la veía, y eso que había sido mi película de cabecera durante ese período tan revuelto de la adolescencia.

En aquellos años de rebeldía, espoleada por la creencia de que uno es superior a los demás, incluso —y sobre todo— a tus propios padres, me sentía muy identificada con Scarlett O’Hara, una mujer a quien las adversidades hacían más fuerte. Y manipuladora. Pero todo lo hacía por pura supervivencia. ¿Quién es capaz de juzgar tales artimañas después de presenciar el juramento bajo el árbol, con la mirada desafiando a Dios y un puñado de tierra de Tara en la mano? Eso sí que es un testamento vital y el resto son tonterías.

No sé si es que he madurado o qué, pero la película, vista 15 años más tarde, me pareció muy diferente. En mi época chunga de granos en la cara y menstruaciones de más de siete días, veía a Melanie Wilkes como una blandengue, una debilucha y una paliducha, que no se enteraba de que su marido Ashley —otro paliducho— estaba enamorado de Scarlett, a la que consideraba su mejor amiga y su principal apoyo en los momentos más difíciles. ¡Será tonta la tía!

Pues el otro día, ya ves, me sentí más identificada con Melanie que con Scarlett, a la que vi mucho más caprichosa y malévola. En cambio, la pálida de Melita esconde bajo su fragilidad a una mujer capaz de desenvainar una espada para matar a un intruso del ejército enemigo. Es una mujer de mirada limpia, que no tiene prejuicios y trata a las personas como personas, aunque sean prostitutas. Y es la única que ve antes que nadie que Rhet y Scarlett se aman y se necesitan. No es que me parezca a ella, la verdad, pero en algunos aspectos me gustaría, así que ahora sufro de crisis de identidad.

¿Qué se supone que debo hacer? ¿Me cambio de identidad bloguera por la de Sin Melanina Wilkes o sigo con la creencia de que Scarlet Ojala sigue siendo uno de mis ídolos, aunque ahora me dé cuenta de que sólo lo fue en mi juventud? Si conservo a Scarlet Ojala, será un homenaje a esos tiempos pasados, que seguro que ya no repetiré como hija, aunque me tocará rememorar como madre dentro de unos años...

Ufff, mejor pensaré en todo esto mañana. Si lo hago hoy, me volveré loca. Mañana será otro día.