martes, 28 de octubre de 2008

Dr. Escayola

Paseando por la ciudad del cava, Sant Sadurní d’Anoia, me fijé en el nombre de una plaza:
Dr. Escayola. No encuentro nombre más adecuado para un médico, sobre todo si su especialidad
son las fracturas. Claro que, si me da un síncope o se me rompe el corazón, prefiero que me atienda
el Dr. Salvany, personaje ilustre que da nombre a otra plaza de la población.

Es reconfortante saber que, entre tanto cava, siempre habrá alguien dispuesto a curarte de cualquier mal. Amén.

jueves, 23 de octubre de 2008

Co-razón


¿Cómo es posible que la palabra corazón lleve consigo a su peor enemigo, la razón?

¿O quiere decir que la razón participa también del corazón, como copropietario o codirector? Si fuera así, el lío está armado igual: ¿quién manda más de los dos?

Ambos se disputan el dominio de las acciones de su portador/a, que se vuelve loco al no poder atender a los gritos de ambos a la vez. A ratos uno se deja dominar por el corazón; en ocasiones, quien manda es la razón. A veces ninguno de los dos y en otras los dos manejan a la par la centrifugadora en noches solitarias. También pasa que cuando manda el corazón, ante el fracaso estrepitoso, es la razón quien castiga; y lo hace duramente, como sólo ella sabe hacer: “Ya te dije que esto pasaría”. En caso contrario, si ordena la razón y la cagada es monumental, el corazón se encoge en sí mismo y luego cuesta un montón que se suelte.

Es todo muy esquizofrénico. No debería extrañarme. La misma palabra lo es.

viernes, 17 de octubre de 2008

Mear para saber



El otro día, una amiga me interrogó sobre mi embarazo. Es lo que tienen las barrigas, llaman la atención y despiertan la curiosidad. Quería saberlo todo, os lo juro: cuándo tomamos la decisión, cuándo fue la concepción (menos mal que no preguntó por el cómo...), cuándo empecé a sospechar que llevaba algo dentro, cuándo lo supimos, cómo los dijimos a la familia... Fue un interrogatorio en toda regla (la que ahora no tengo).

Al final, cansada de tanto romanticismo adherido a la situación y que ella insistía en ponerle a litros, le expliqué cómo había sido el ‘momentazo’ de saber que estaba embarazada:

“Mira, es el momento más antiromántico que te puedas tirar a la cara: consiste en mear encima de un test de embarazo, sentada en la taza del váter y procurando hacer puntería, para acertar en la esponjita y no mojarte la mano entera. Y tienes que atinar, porque si no meas lo suficiente sobre la esponjita, el test no sirve, así que vas persiguiendo el chorro de pipí, que nunca sale recto, por toda la taza del váter. Nosotras nos quejamos siempre de la poca puntería que tienen los hombres al mear, pero en momentos así te das cuenta de que las mujeres ni siquiera hemos sido entrenadas para ello. Luego tienes que dejar descansar unos cinco minutos el aparato en posición horizontal. Durante este tiempo tienes dos opciones: quedarte ahí embobado mirando o ir a hacer otras cosas, fingiendo que no sabes que estás a punto de saber algo que ya sospechas... En realidad, todo es más mecánico, frío y escatológico de lo que te pintan”.

Pues eso: cualquier coincidencia con las películas es puta casualidad.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Mi cuerpo no me pertenece

Desde hace un tiempo, estoy poseída.

Pensar en comida me da náuseas, las digestiones son como erupciones volcánicas que me devuelven la bilis a la boca, estoy más torpe y tengo arcadas cuando me lavo los dientes.

Nada de esto me pasaba antes. Y ahora no puedo dejar de pensar que algo dentro de mí está parasitándome. A veces me da golpecitos en la tripa para manifestarse. Pero no hace falta que lo haga, porque siempre soy consciente de su presencia: se manifiesta en mis pechos, que han crecido; en los bares, cuando voy a pedir una cerveza y tengo que reprimirme y cambiarla por una limonada; en los bocadillos inexistentes, que no puedo comer porque el pan me sienta fatal; en los eructos que suelto durante todo el día para aliviar los triples saltos mortales de mis jugos gástricos; y en las pesadillas que me asaltan por las noches con nuevos miedos.

En las películas románticas, las historias de amor empiezan con dos personas que se odian. No sé si lo que me está pasando será algo parecido. En cualquier caso, pase lo que pase, me temo que ya no puedo elegir: el bicho se ha apoderado de mi cuerpo, lo usa para alimentarse, crecer y transportarse. Y hasta que no lo expulse no empezará de verdad la historia de amor.