lunes, 11 de mayo de 2009

Por primera vez, otra vez

Es evidente que para los recién nacidos, todo se hace por primera vez: el primer paseo, los primeros tejanos, el primer biberón... Lo que yo no sabía es que, al convertirme en madre, también iba a experimentar cosas por primera vez. Aunque ya las hubiera hecho antes.

En efecto, no me refiero a esas cosas que no había hecho nunca antes y que ahora forman parte de mi rutina diaria (cambiar pañales, baños, limpiar babas, etc.). No. Me refiero a esas cosas que solía hacer antes y que ahora, al volverlas a hacer, las vivo con renovada intensidad. Estoy hablando de esas cosas que hago sola, sin mi hijo, y pueden ser tan triviales como ir en metro. La primera vez que fui en metro sin mi hijo fue toda una experiencia. Antes solía coger un libro y no levantar la mirada de las páginas hasta que llegaba a mi destino. Ahora, sin embargo, no paro de observar a la gente, a cada una de las personas que entran y salen por las puertas. Sí, experimento la curiosidad por unas vidas ajenas como si fuera la primera vez que me mezclo en ellas.

No digamos la sensación novedosa que supuso ir a mi primera fiesta. Parecía que hacía años que no me ponía sombra de ojos ni me pintaba los labios y, al hacerlo, las manos dudaban como si fuera una adolescente maquillándome a escondidas de mi madre.

Es cierto que hay un antes y un después cuando tienes un hijo. No haces todas las cosas que hacías antes, pero cuando las haces, las vives como una colegiala con zapatos nuevos. Nadie me había hablado de esta sensación y la verdad es que me gusta. Es como haber vuelto a nacer.