viernes, 28 de diciembre de 2007

El desierto en casa




¿Por qué la gente se va al desierto del Sáhara cuando quiere saber lo que es la solitud? ¿No han probado nunca ir a trabajar un día laborable entre fiestas (léase Navidad)?

Lo único que cambia es que, en lugar de dunas de mítica tierra dorada, hay mesas con ordenadores encima. Y en lugar de oasis con palmeras y pozos de agua, hay máquinas con bebidas. Y todas a tu disposición, claro, porque no hay nadie más en la oficina. ¡Qué más se puede pedir!

viernes, 21 de diciembre de 2007

Viva el servidor... ¡cuando no funciona!


¿Qué haces cuándo quieres trabajar y no puedes?

Hoy quiero trabajar un montón (los viernes estoy que me salgo), pero el servidor no funciona, no puedo acceder a las páginas de la publicación y no puedo editar ningún texto.

Es muy jodido que un viernes, después de una semana de duro trabajo, esté condenada a:
1) Pasearme por el youtube
2) Escribir la nota del regalo del amigo invisible que me toca entregar el martes a un pariente de la familia política (¿por qué le llaman política cuando no es tuya, porque con ellos tienes que ser más políticamente correcto en todo siempre?)
3) Hacer una lista de chorradas en el blog
4) Hacer cafés
5) Comer turrones que llegan a los compañeros de la revista de gastronomía que hacen al lado
6) Compartir los hallazgos del youtube con los compañeros
7) De vez en cuando, despotricar porque no hay servidor (hay que mostrar indignación, si no, parece que te alegres....)
8) Oír éxitos de los 80 en la radio (ahora mismo tocan aquello de 'las maravillas del malai uo uo uoooo')
9) Contar los minutos que faltan hasta las dos y rezar para que el servidor no se ponga en marcha a las dos menos cinco
10) Inventarme algo para poner en el número 10 de la lista

Uffff!

jueves, 20 de diciembre de 2007

Al día siguiente






Las cenas de empresa son una putada. Porque primero tú estás allí, flipando con que te inviten a una copa de cava antes de empezar, pensando que tu jefe es la hostia. Luego el camarero te va sirviendo cada vez que le das un sorbo a tu copa. Y tú te sientes, no sé, solidaria, que es lo que pasa con el espíritu navideño, y te dices: "qué coño, voy a hablar con el tío de economía, que nunca he hablado con él".

Te acercas con tu copa de cava al tío de economía, le dices: "Feliz Navidad", y él te mira con suspicacia, como si fueras a cobrarle el IPC, si es que el IPC se cobra. Yo creo que no se cobra, sino que sube. En cualquier caso, el alcohol hace lo mismo que el IPC, primero sube y luego te cobra una buena resaca.

En fin, con el tío de economía, la conversación no fluye, así que te diriges a la chica de administración. Todavía peor, ella cree que le vas a rendir cuentas porque tu última factura no cuadra. Brinda con una media sonrisa muy forzada y después se va. Intentas hablar con la secretaria de dirección, pero tiene otras cosas que hacer, como estudiar cuándo llegarán los tíos buenos. Nada que reprocharle, por cierto, porque tú también esperas eso mismo. Igual que ellos esperan a las rubias con botas.


Y por fin empieza lo que oficialmente se llama "la cena". "La cena" consiste en unos canapés que no están mal: croquetas de setas, mil quesos, pan con jamón, yo qué sé. Y no lo sé porque estoy más ocupada en beber que en comer. Como todo el mundo, me temo.

Entonces llega el momento de la alegría. Y eso empieza a ser peligroso. Porque a mí, cuando estoy contenta, me da por bailar. Y tanto me da no tener pareja de baile. Así que hago el ridículo más espantoso mientras muevo el esqueleto que a mi edad ya no es sólo esqueleto, y el jefe me mira, y el de economía me mira, y la secretaria me mira, y toda la puta redacción me mira. Pero como voy muy ciega, no veo que me miren. Y aunque los viera, me da igual.

Afortunadamente, uno de deportes se saca la chorra y se la enseña a todo el mundo porque tiene los huevos largos y me quita protagonismo.

Y como todo lo que sube -menos los precios- tiene que bajar, llega el otro momento crucial: el de los bajones. El mío es especialmente trascendental, y me hago la romántica, sentada en un rincón con la mirada perdida reflexionando sobre la inmensidad de la vida y la indefinición de la muerte y las copas de whisky on the rocks.

Mientras tanto, en el baño, se lleva a cabo la fiesta de los dedos al fondo de la garganta, que consiste en que todos los miembros de la redacción metan sus dedos al fondo de la garganta de un periodista cuyo bajón ha hecho que se venga abajo. La de gente que daría cualquier cosa por poder meter sus dedos en la garganta de un redactor!

Llega el momento de la exaltación de la amistad, en mi caso convertido en la exaltación del amor exaltado, y empiezo a confesar mi amor incondicional a todos los presentes. Todos ponen ojos como platos, uno incluso me respone: "Mi cimbrel llega hasta el suelo". Pero si algo bueno tienen las borracheras guarras como ésta es que al día siguiente todo el mundo olvida (o eso espero). Y además, es tan breve el amor y tan largo el olvido. Algo así.

En el momento de irse, no me voy. Y las consecuencias son mucho peor. Acabamos en un antro de mala muerte, sin saber ya qué estamos bebiendo, yo preguntándome qué coño hago aquí, intentando controlar la situación sin conseguirlo, intentando controlar a los demás puesto que no puedo controlarme a mí misma. Tambaleante, riéndome de un periodista de la competencia que lleva corbata, creyéndome un Teletubbie por lo de los abrazos y sobre todo porque estoy subnormal profunda.

Y a la mañana siguiente, al levantarme, me pregunto cómo ha llegado esta bufanda aquí, es una bufanda azul de canalé.

El momento de la verdad llega cuando, con toda la resaca, pones un pie en la redacción. Primero te preguntas cómo van a mirarte, tras el ridículo de anoche. Pero luego no te preguntas eso, porque la redacción está vacía. Entonces tu pregunta es: ¿cómo saldrá el diario de mañana?

Por alguna razón que no alcanzo a comprender, parece que el diario, finalmente, salió.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Me gustan los domingos (algunos)

Lo único bueno de NO emborracharse un sábado es que el sol dominguero de las terrazas del barrio no te derrite las retinas y puedes leer la prensa sin miedo a quedarte ciega. También puedes olvidar que tienes una taza entre las manos hasta que la maldita bastarda te transmite el frío de un café olvidado demasiado tiempo. Y disfrutar de ese momento mágico: estoyfelizsolayhagoloquemedalagana.

Los cirujanos no ven 'Urgencias' en su día libre (ellos se lo pierden). Ni los pasteleros cocinan una tarta para el vecino de arriba. A ningún actor se le ocurriría preparar un Hamlet para goce y disfrute de su tía-abuela Lourdes y los basureros no aprovechan sus horas de descanso para ofrecerse a limpiar la escalera del edificio.

Pero para mí es el único momento para intentar (a veces con suerte y a veces no): no escudriñar por qué hace lo que hace el enemigo, no buscar temas ocultos para futuros reportajes y no analizar los textos de compañeros de mesa para regalarles una crítica constructiva. Ponerme al otro lado y leer la prensa un domingo, en una terraza pija de la Avinguda Gaudí, infla una parte de mi cuerpo que no tenía inventariada.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Cinco briconsejos para fabricar una cómoda alcoholemia

El sarao de anoche da para muchas conclusiones:
  1. Los intelectuales son unos maleducados. Los hechos: cinco personas diferentes me pidieron fuego y se marcharon sin dar ni las gracias. Nadie respetaba la comida en mesas ajenas, aparecida allí por el divino azar. La premisa: la educación no se lee.
  2. Los intelectuales son feos. Los hechos: en toda la fiesta sólo encontramos a un señor digno de ser admirado por su físico. Pero era guiri y no pudo demostrar su inteligencia. La premisa: las gafas de pasta no embellecen.
  3. Es fácil colarse en una fiesta de intelectuales. Los hechos: en la puerta nos preguntaron: "¿venías a la fiesta?". La premisa: ante la duda, la respuesta siempre es "sí".
  4. Los camareros no son de fiar. Los hechos: cuando pronuncié la frase "no sé, ponme lo que quieras" una música de fondo anunciaba que, en el aire, se mascaba ya la tragedia. La premisa: si un barman tiene un cóctel especial con su nombre, te voltea.
  5. Observar el animalario cultureta es un placer. Los hechos: Desubicadas, Scarlet y yo decidimos sentarnos a mirar el pulular natural de la jungla. Resultó que nada era casual. La premisa: cualquiera que se te aproxime en una fiesta de intelectuales tiene un plan.

Soy una muerta de hambre


Hay fiestas y fiestas. Ayer asistí a una de escritores y editores, en el bar de uno de ellos. Siempre se ha sabido que los escritores son unos muertos de hambre y que no ganan para pipas. Pues ayer me mimeticé con el entorno (es lo que dicen que hay que hacer en las fistas) y me convertí, también, en una muerta de hambre (escritora, todavía no).

A la entrada del bar había una mesa con cazuelas y bandejas llenas de comida. El tema era: ¿lo tenía que comer con las manos? ¿O tenía que meter la cuchara directamente en la cazuela del arroz con verduras y llevármela a la boca? Lo ideal hubiera sido coger un plato y servirme un poco de arroz y pescado, agenciarme una mesa y ponerme a comer tranquilamente. Como siempre, lo ideal no se ajusta nunca a la realidad: no encontré platos limpios por ninguna parte. Peter Parker me animó a comer directamente de la cazuela. Yo, que todavía tengo algo de dignidad, me negué. Y me morí de hambre.

Sin haber comido nada, la bebida no tiene que compartir los circuitos del cuerpo con nada sólido que se interponga en su camino hacia la cabeza: el vino tenía pista libre para subir al cerebro. Peter Parker y yo (también estaba Sex Luthor, pero desapareció enseguida: estaba allí por trabajo, nos dijo) nos apalancamos en una mesa, intentando que nuestros estómagos no rugieran por encima de la música.

Con ese ánimo, vemos que los camareros sacan bandejas con comida. ¡Por fin! Eran los postres (bueno, el postre es algo que te comes después de haber cenado algo, pero en ese momento no estábamos para disquisiciones de ese tipo...). Pasó un camarero y cogimos un pastelito. Pasó otro camarero y cogimos dos pastelitos (no fuera caso que no volvieran a pasar en toda la noche). Pasó un tercer camarero y... ¡dejó la bandeja sobre nuestra mesa! Estábamos salvadas. Ese Dios en el que no creo escuchó los gritos de auxilio de nuestros estómagos.

Pero nos acechaba un nuevo peligro. La escasez de alimentos agudiza el jetismo y uno de los escritores se abalanzó sobre NUESTRA bandeja y nos la arrebató con ansia voraz para llevársela a su corrillo. Peter Parker y yo saltamos como lobas en defensa de nuestras criaturas. La bandeja volvió a su sitio y las dos pudimos salir de pie de la fiesta gracias a esos pastelitos, que contribuyeron con su azúcar, claro está, a que el vino que ingeríamos se convirtiera en sangría en nuestro estómago y ya sabemos que la sangría es el concorde de los aviones que vuelan alcohólicos con destino al cerebro.

Lo que vino a continuación fueron saludos fantasmas (tipo Cumbres borrascosas), viajes al pasado profesional, fotos que pusieron en peligro mi oreja, libros robados, abrigos que salieron del local en cuerpos que no eran el suyo, sobones de esos que insisten en rozar tus piernas con las suyas y va provocando tu desplazamiento por la pista, cócteles que provocan volteos, mensajes de móvil convertidos en guión de un culebrón patético y la búsqueda saboteada de un dibujante que, según unos testigos, llevaba una camisa de rayas y, según otros, iba de negro (seguramente los que lo vieron negro iban tan ciegos que las rayas desaparecieron...).

Ayer tuve un sarao. Y hoy tengo sueño.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

¿Y si lo que ofende no es verdad?





Dicen que la verdad ofende.

Un día estás en casa, llaman a la puerta, es la puta verdad, que sube por la escalera. Y te dice: "Gorda!". O te dice: "Vieja!". O te dice: "Cada día escribes peor". Incluso: "Deberías dejar de escribir". Y como es la verdad, te la crees.

Entonces te pones a hacer régimen. O no. Y si no lo haces, te sientes culpable, y cada día te ves más y más gorda frente al espejo, y también en el espacio que te deja el pantalón. Te consideras a ti misma una pesada. O te compras cremas para la cara y regalas tu dinero a la poderosa industria cosmética.
O dejas de escribir.

Haces caso a la verdad, porque para algo es cierta y certera. Siempre da en el centro del ego. El ego es una diana fácil; está a unos centímetros de quien dispara.
Además, la verdad tiene crédito. Es decir: que puede pagar tanto como quiera, porque la banca siempre le da más. Mucho más que a ti. Y la hijadelagran te embarga la fiabilidad, la reputación, el prestigio, la garantía... te deja hipotecada de por vida.

El problema es que, muchas veces, nadie se ha planteado siquiera si la verdad es verdadera. O sea: dicen que la verdad ofende. Y algo te ha ofendido. Por eso has creído que era verdad.

Pero eso es una falacia. Una falacia es una cosa que te enseñaban en clase de filosofía mientras tú soñabas que te enrollabas con el profesor en prácticas debajo del eucaliptus del patio y que indicaba:

Si P entonces Q
Ocurre que Q
Por lo tanto, P

P=Verdad. Q=Ofende

Si la verdad ofende
ocurre que te ofende
por lo tanto, es verdad.

Algo así. Eso responde a la lógica y yo siempre suspendí en eso, porque para mí todo es ilógico. Para empezar, la gravedad: un fenómeno que te mantiene con los pies en el suelo no puede ser tan grave.

Pero volvamos al ejemplo Pequoso: Las premisas son verdaderas sin ofender, pero la conclusión es falsa.

Una visita a Wikipedia, ese campo de falacias, dará lugar a la siguiente cosecha:
"Las falacias se usan frecuentemente en artículos de opinión en los medios de comunicación y en política".

Bueno. Sea como sea: ahí está la verdad, ofendiéndote. Porque ofende quien puede, no quien quiere. Y ella puede hacerlo, porque lo dice el dicho: La verdad ofende. Y lo dicho, dicho está.

Y claro, quién pondría en duda la verdad.

La cuestión es que tal vez no se te hayan ensanchado las caderas, sino que ha menguado tu pantalón porque lo metiste en agua caliente. Y lo que ha engordado en realidad ha sido tu ego, porque tú lo vales, y la verdad no lo puede soportar.
O tal vez no es que hayas envejecido, sino que has madurado, otra de esas características que revientan a la puta verdad.

Tal vez escribas cada día mejor. Pero eso quién va a decírtelo. Sobre todo ahora que se descubre que los españoles no saben leer.

En cualquier caso, ahí la tienes, en tu propia casa. Y sería tan fácil cerrarle en las narices. Empujarla para que caiga rodando por la escalerla. Echarla para siempre y que se muera.

Pero por alguna extraña razón, la verdad siempre tiene las puertas abiertas. Y entra.

Sueños para no dormir


Esta noche he soñado que visitaba el apartamento de una amiga. Tenía la casa llena de zapatos, esparcidos por las habitaciones, el comedor y la cocina. Pero ¡ay, horror, yo iba descalza! Me ponía a buscar entre sus zapatos desesperadamente, a ver si encontraba los míos. Y, evidentemente, no estaban por ninguna parte. Había zapatos de vieja, sandalias gastadas, botas con la suela hecha polvo, mocasines de hombre... pero ni rastro de mis zapatos. Mi amiga se impacientaba, teníamos mesa reservada en un restaurante y, claro, nos la iban a quitar de las manos. Total, que me veo saliendo de la casa con los pies desnudos. Y con la dignidad, por los suelos -que yo pisoteo, para más inri, con mis pies descalzos-.

Pasado este mal trago, el subconsciente me traiciona de nuevo. En un abrir y cerrar de ojos (y eso que mientras uno duerme las pestañas siguen pegadas), el sueño me lleva a otro lugar: mi trabajo. Entro en la redacción y encuentro mi mesa con las patas cortadas, apenas me llega a las rodillas. Nadie, a mi alrededor, parece haberse percatado de nada. Pero al preguntar, me dicen que se han llevado mi mesa a arreglar. Salgo al pasillo y, efectivamente, encuentro a una mujer trasteando con las patas de mi mesa. "Las estoy arreglando y entre hoy y mañana tendrás tu mesa a punto", me dice. "Y mientras, ¿cómo trabajo?", le pregunto, desesperada. Ella se encoge de hombros: tanto le da si me tengo que sentar en el suelo (¡otra vez el suelo!) para editar textos, pensar titulares ingeniosos, encargar artículos y responder correos.

Hay noches en las que es mejor emborracharse y no dormir. Es una crueldad como pocas que tu propio cerebro se vuelva contra ti y te torture.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Luces de Navidad y cara de perro

Lo jodido de la Navidad no es que deprima, eso ya forma parte del tradicionario y es políticamente corrento. Lo jodido es que, si estás jodido, no puedes ir por la calle con cara de perro, ni con los ojos inflados porque te ha dado por ponerte a llorar ahí mismo, desvalida como un personaje de Dickens.

Porque la cara de perro y la de niña-triste-Dickens no dan bien con las luces que cuelgan de los cables de la luz y las farolas. Y porque esa frialdad de los urbanitas tan necesaria en esos momentos se transforma de repente, dominada por el espíritu de la lotería, en una señora con abrigo interminable y maquillaje heterogéneo que se acerca y te dice: "Nena, ¿estás bien?". Lo único que se puede hacer entonces es decir que la culpa es de la Navidad, que te deprime.

¡Hay que joderse!

viernes, 7 de diciembre de 2007

Mecagüentó


La semana pasada me cagué en todo. Especialmente en la gripe intestinal que me mantuvo esposada al váter.