martes, 3 de julio de 2007

La máquina




La peor enemiga de nuestra redacción es la máquina expendedora. Está ahí, con pinta inocente. En realidad, como una fiera a la espera de su presa.


Tú vas, introduces tus 65 céntimos (si eres redactor piensas que quizá esto va a ser lo único que logres meter en todo el día, si eres redactora nunca piensas eso), y decides qué quieres mordisquear.


Los periodistas no sabemos tomar decisiones, por eso siempre la cagamos, por eso tenemos tan mala fama, porque siempre la cagamos porque no sabemos tomar decisiones. Una de las peores pruebas a las que puede someterse un periodista es la de elegir algo de la máquina expendedora. A ver, ¿unas galletitas princesa?, ¿una bolsa de quiconazos crujientes?, ¿una coca-cola light?, ¿unos ositos de gominola?, ¿unos palitos integrales? Es muy duro.


Hace cinco minutos que metiste tus 65 céntimos en la máquina y no sabes por qué optar, cuando llega otro periodista y se pone a la cola.


Los periodistas, además de indecisos, son muy impacientes. Basta con recordar la típica frase de los directores de diario: "lo quiero para ayer". Tú estás frente a la máquina, tienes a otro a la espalda, presionándote, tienes que decidirte. ¿Una bolsa de pipas?, ¿una palmera de chocolate?, mierda, ahora encima han puesto quelitas. Un drama.


Por fin, aprietas un número al azar. El 71. Mal. La cagaste, como siempre. La máquina expendedora arrastra el Kit-Kat hasta el borde del estante donde estaba colocado con esa palanca que tiene en espiral, hace un ruido burleta del tipo: zzzzzzmmmm... y en el último momento, nada. El Kit-Kat se queda enganchado al brazo en espiral. No cae. Y ahí están tus malditos 65 céntimos.


Le das una patada a la puta máquina. Luego intentas levantarla. El periodista que hasta hace un momento te presionaba, detrás de ti, hace amagos de ayudarte. No mucho, para no herniarse. Sus ayudas consisten en murumurar: "puta máquina, siempre igual". A veces finge que sacude la máquina contigo, pero en realidad todos los esfuerzos los haces tú.


Y tú, venga a darle ostias a la puta máquina de los cojones, hasta que hace temblar la pared que tiene detrás y hace un boquete en el suelo.


Por fin, exhausto y fracasado, vuelves a tu asiento. Sin Kit-Kat, sin 65 céntimos, y con el peso de saber que, otra vez, te equivocaste. En esta ocasión, marcando el número de lo que pretendías mordisquear.


Entonces, el periodista que tenías detrás introduce otros 65 céntimos. Si es hombre piensa que tal vez sea lo único que logre meter en el día de hoy; si es mujer, no piensa eso. Le caen, no una, sino dos coca-colas lights.


No esperes una moraleja, porque los periodistas no tenemos moral.




4 comentarios:

Ana C. dijo...

A mí me está pasando lo mismo con los Leo King Size. A veces cae y a veces no. Hoy pareció que no y se quedó temblando hasta que sí. Semejante imprevisibilidad es demasiado perturbadora para una personalidad tan inestable como la mía.

Scarlet Ojala dijo...

Yo voy a echar de menos esta máquina. No será lo mismo cuando vaya a otra máquina en mi otro trabajo y todo caiga por su propio peso, como tiene que ser, cuando se le paga por ello.

Alberto Ramos dijo...

Yo una vez metí mi cámara de fotos en una máquina de vending.

Lo difícil fue sacarla.

Anónimo dijo...

presicion