jueves, 20 de noviembre de 2008

Cuando alguien sabe algo de ti que tú hubieras preferido no saber


Los periodistas son unos fisgones y unos entrometidos.

Uno de ellos, que ha escrito un libro sobre la guerra anticivil, se metió en mi árbol genealógico y consiguió sacudirme por dentro cuando mencionó al hermano de mi bisabuela y lo describió como un “revolucionario incontrolado”.

Hasta ese momento, sólo sabía que el abuelito que venía a visitarnos desde la Galia cuando yo era muy chica y traía chocolates y galletas de mantequilla, había militado en la TOI (Todos Ocupados por la Internacional) y llevaba un pañuelo rojo en el cuello y una pistola en el cinto.

Ahora sé muchas más cosas, las que me procura la imaginación: las palabras “revolucionario incontrolado” dejan un margen muy amplio para fabular sobre unos horrores de la guerra anticivil que creo que prefiero no saber.

Más que nunca, entiendo por qué mi bisabuela siempre decía que las guerras son el peor castigo que las personas pueden padecer. Tanto da que luches en un bando o en otro, las atrocidades que se pueden llegar a cometer por supervivencia en nombre de una bandera son manchas sobre tu conciencia. Y no se van ni con lejía. Se acaban enmoheciendo y pudriendo y al final no te dejan dormir en paz.

El juez Garrafón removió todos estos pensamientos hace unas semanas, con el tema de las fosas comunes y demás. Ahora lo ha hecho un periodista fisgón que, haciendo su trabajo, me ha revelado asuntos íntimos que corren por mis venas.

Yo, que soy pacifista, resulta que he heredado una pistola en el cinto. El pañuelo en el cuello me da igual si es rojo, amarillo o azul. Lo que no quiero nunca es tener que usar el arma para defenderlo.

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