martes, 9 de septiembre de 2008

Dos misas en una semana

Soy como algunos fotógrafos: a no ser que sea para bodas, bautizos y comuniones, nunca voy a misa. Pero en una semana, por circunstancias diversas, asistí a dos de estas liturgias católicas.

La primera fue por amor al arte. En la catedral que quería visitar estaban haciendo misa y quedaba prohibido deambular por la nave, así que no tuvimos más remedio que colarnos en la misa, como dos practicantes más, y encontrar un asiento desde el que contemplar la nave, los rosetones, el altar y, sobre todo, el retablo de la capilla inaugurado unos meses antes y elaborado por las manos angelicales y la mente endemoniada de un artista que parece trabajar bajo el embrujo del ron. Valió la pena aguantar el sermón para adorar al Creador.

Siete días más tarde, también en un domingo, viví otra misa. Es costumbre en mi familia materna asistir a la misa cantada que se hace en el pueblo para rendir pleitesía a la virgen que, según la leyenda (otra de tantas), un pastorcillo encontró en la confluencia de los ríos que rodean el pueblo. Por eso la virgen se llama Vigilaquetevasaahogar. Yo sí que me casi me ahogo, pero en lágrimas, porque mi abuela, que le tenía verdadera devoción a la virgen, murió hace años. Y en esa misa —quién me lo iba a decir— me sentí más cerca de ella. Valió la pena aguantar el sermón para volver a abrazar a la Creadora.

1 comentario:

Alberto Ramos dijo...

Dos en una semana: eso es superar de la misa la media.