lunes, 30 de abril de 2007

Me encantan los días de fiesta




Me encantan los días de fiesta (¡glups!, acabo de romper una de las reglas de oro del periodismo: no empezar con las mismas palabras que el título) porque el mundo deja de girar un poquito y a nosotros, los periodistas, nos marean menos. El mundo gira igual, es cierto, pero lo hace a otro ritmo, más lento, como cansado y agotado.

Para empezar, el teléfono no suenta tanto, así que los minutos cunden como minutos y no como segundos que hay que aprovechar corriendo porque la última llamada te entretuvo más de la cuenta... con informaciones innecesarias. La mayoría de estas llamadas son para recitarte en voz alta convocatorias que has recibido mil veces por mail, fax... Lo que digo, innecesarias, pero las justas para hacer que vayas de p... c...

Para continuar, los días de fiesta acostumbra a pasar que el jefe no está, así que hay menos presión y menos posibilidad de que te pregunten aquello de "¿cómo llevas aquel tema que te encargué?" y tengas que contestar aquello de "¡ufffff! es que voy muy liada, en cuanto pueda empiezo las gestiones y te comento...". Esta respuesta te da una prórroga de dos días, tres a lo sumo, pero el encargo es declaradamente imposponible (¿esta palabra existe?), a no ser que quieras poner en juego tu cabeza.

Todo esto no pasa en los días de fiesta, pero yo creo que para lo que sirven realmente estos oasis sin teléfonos y jefes es para que el mundo se recupere de su agonía giratoria (ése sí que es un trabajo chungo: ser una peonza y poder parar de dar vueltas).

No hay comentarios: