miércoles, 12 de diciembre de 2007

Sueños para no dormir


Esta noche he soñado que visitaba el apartamento de una amiga. Tenía la casa llena de zapatos, esparcidos por las habitaciones, el comedor y la cocina. Pero ¡ay, horror, yo iba descalza! Me ponía a buscar entre sus zapatos desesperadamente, a ver si encontraba los míos. Y, evidentemente, no estaban por ninguna parte. Había zapatos de vieja, sandalias gastadas, botas con la suela hecha polvo, mocasines de hombre... pero ni rastro de mis zapatos. Mi amiga se impacientaba, teníamos mesa reservada en un restaurante y, claro, nos la iban a quitar de las manos. Total, que me veo saliendo de la casa con los pies desnudos. Y con la dignidad, por los suelos -que yo pisoteo, para más inri, con mis pies descalzos-.

Pasado este mal trago, el subconsciente me traiciona de nuevo. En un abrir y cerrar de ojos (y eso que mientras uno duerme las pestañas siguen pegadas), el sueño me lleva a otro lugar: mi trabajo. Entro en la redacción y encuentro mi mesa con las patas cortadas, apenas me llega a las rodillas. Nadie, a mi alrededor, parece haberse percatado de nada. Pero al preguntar, me dicen que se han llevado mi mesa a arreglar. Salgo al pasillo y, efectivamente, encuentro a una mujer trasteando con las patas de mi mesa. "Las estoy arreglando y entre hoy y mañana tendrás tu mesa a punto", me dice. "Y mientras, ¿cómo trabajo?", le pregunto, desesperada. Ella se encoge de hombros: tanto le da si me tengo que sentar en el suelo (¡otra vez el suelo!) para editar textos, pensar titulares ingeniosos, encargar artículos y responder correos.

Hay noches en las que es mejor emborracharse y no dormir. Es una crueldad como pocas que tu propio cerebro se vuelva contra ti y te torture.

1 comentario:

Marta Luth dijo...

Nos bebemos en los bares!