viernes, 14 de diciembre de 2007

Soy una muerta de hambre


Hay fiestas y fiestas. Ayer asistí a una de escritores y editores, en el bar de uno de ellos. Siempre se ha sabido que los escritores son unos muertos de hambre y que no ganan para pipas. Pues ayer me mimeticé con el entorno (es lo que dicen que hay que hacer en las fistas) y me convertí, también, en una muerta de hambre (escritora, todavía no).

A la entrada del bar había una mesa con cazuelas y bandejas llenas de comida. El tema era: ¿lo tenía que comer con las manos? ¿O tenía que meter la cuchara directamente en la cazuela del arroz con verduras y llevármela a la boca? Lo ideal hubiera sido coger un plato y servirme un poco de arroz y pescado, agenciarme una mesa y ponerme a comer tranquilamente. Como siempre, lo ideal no se ajusta nunca a la realidad: no encontré platos limpios por ninguna parte. Peter Parker me animó a comer directamente de la cazuela. Yo, que todavía tengo algo de dignidad, me negué. Y me morí de hambre.

Sin haber comido nada, la bebida no tiene que compartir los circuitos del cuerpo con nada sólido que se interponga en su camino hacia la cabeza: el vino tenía pista libre para subir al cerebro. Peter Parker y yo (también estaba Sex Luthor, pero desapareció enseguida: estaba allí por trabajo, nos dijo) nos apalancamos en una mesa, intentando que nuestros estómagos no rugieran por encima de la música.

Con ese ánimo, vemos que los camareros sacan bandejas con comida. ¡Por fin! Eran los postres (bueno, el postre es algo que te comes después de haber cenado algo, pero en ese momento no estábamos para disquisiciones de ese tipo...). Pasó un camarero y cogimos un pastelito. Pasó otro camarero y cogimos dos pastelitos (no fuera caso que no volvieran a pasar en toda la noche). Pasó un tercer camarero y... ¡dejó la bandeja sobre nuestra mesa! Estábamos salvadas. Ese Dios en el que no creo escuchó los gritos de auxilio de nuestros estómagos.

Pero nos acechaba un nuevo peligro. La escasez de alimentos agudiza el jetismo y uno de los escritores se abalanzó sobre NUESTRA bandeja y nos la arrebató con ansia voraz para llevársela a su corrillo. Peter Parker y yo saltamos como lobas en defensa de nuestras criaturas. La bandeja volvió a su sitio y las dos pudimos salir de pie de la fiesta gracias a esos pastelitos, que contribuyeron con su azúcar, claro está, a que el vino que ingeríamos se convirtiera en sangría en nuestro estómago y ya sabemos que la sangría es el concorde de los aviones que vuelan alcohólicos con destino al cerebro.

Lo que vino a continuación fueron saludos fantasmas (tipo Cumbres borrascosas), viajes al pasado profesional, fotos que pusieron en peligro mi oreja, libros robados, abrigos que salieron del local en cuerpos que no eran el suyo, sobones de esos que insisten en rozar tus piernas con las suyas y va provocando tu desplazamiento por la pista, cócteles que provocan volteos, mensajes de móvil convertidos en guión de un culebrón patético y la búsqueda saboteada de un dibujante que, según unos testigos, llevaba una camisa de rayas y, según otros, iba de negro (seguramente los que lo vieron negro iban tan ciegos que las rayas desaparecieron...).

Ayer tuve un sarao. Y hoy tengo sueño.

2 comentarios:

Peter Parker dijo...

última actualización: el cóctel (o la mano que sirvió el cóctel) consiguió el volteo. gloriosa a punto de alcanzar el cuarto piso de mi hogar caí rodando y tuve que rehacer camino. y esta mañana tuve que pedir disculpas a los protagonistas del culebrón de mensajes de móvil con la cabeza escondida entre mantas que olían a pastelitos de la vergüenza.

Anónimo dijo...

¡Queremos saber tu versión de los hechos!