jueves, 20 de diciembre de 2007

Al día siguiente






Las cenas de empresa son una putada. Porque primero tú estás allí, flipando con que te inviten a una copa de cava antes de empezar, pensando que tu jefe es la hostia. Luego el camarero te va sirviendo cada vez que le das un sorbo a tu copa. Y tú te sientes, no sé, solidaria, que es lo que pasa con el espíritu navideño, y te dices: "qué coño, voy a hablar con el tío de economía, que nunca he hablado con él".

Te acercas con tu copa de cava al tío de economía, le dices: "Feliz Navidad", y él te mira con suspicacia, como si fueras a cobrarle el IPC, si es que el IPC se cobra. Yo creo que no se cobra, sino que sube. En cualquier caso, el alcohol hace lo mismo que el IPC, primero sube y luego te cobra una buena resaca.

En fin, con el tío de economía, la conversación no fluye, así que te diriges a la chica de administración. Todavía peor, ella cree que le vas a rendir cuentas porque tu última factura no cuadra. Brinda con una media sonrisa muy forzada y después se va. Intentas hablar con la secretaria de dirección, pero tiene otras cosas que hacer, como estudiar cuándo llegarán los tíos buenos. Nada que reprocharle, por cierto, porque tú también esperas eso mismo. Igual que ellos esperan a las rubias con botas.


Y por fin empieza lo que oficialmente se llama "la cena". "La cena" consiste en unos canapés que no están mal: croquetas de setas, mil quesos, pan con jamón, yo qué sé. Y no lo sé porque estoy más ocupada en beber que en comer. Como todo el mundo, me temo.

Entonces llega el momento de la alegría. Y eso empieza a ser peligroso. Porque a mí, cuando estoy contenta, me da por bailar. Y tanto me da no tener pareja de baile. Así que hago el ridículo más espantoso mientras muevo el esqueleto que a mi edad ya no es sólo esqueleto, y el jefe me mira, y el de economía me mira, y la secretaria me mira, y toda la puta redacción me mira. Pero como voy muy ciega, no veo que me miren. Y aunque los viera, me da igual.

Afortunadamente, uno de deportes se saca la chorra y se la enseña a todo el mundo porque tiene los huevos largos y me quita protagonismo.

Y como todo lo que sube -menos los precios- tiene que bajar, llega el otro momento crucial: el de los bajones. El mío es especialmente trascendental, y me hago la romántica, sentada en un rincón con la mirada perdida reflexionando sobre la inmensidad de la vida y la indefinición de la muerte y las copas de whisky on the rocks.

Mientras tanto, en el baño, se lleva a cabo la fiesta de los dedos al fondo de la garganta, que consiste en que todos los miembros de la redacción metan sus dedos al fondo de la garganta de un periodista cuyo bajón ha hecho que se venga abajo. La de gente que daría cualquier cosa por poder meter sus dedos en la garganta de un redactor!

Llega el momento de la exaltación de la amistad, en mi caso convertido en la exaltación del amor exaltado, y empiezo a confesar mi amor incondicional a todos los presentes. Todos ponen ojos como platos, uno incluso me respone: "Mi cimbrel llega hasta el suelo". Pero si algo bueno tienen las borracheras guarras como ésta es que al día siguiente todo el mundo olvida (o eso espero). Y además, es tan breve el amor y tan largo el olvido. Algo así.

En el momento de irse, no me voy. Y las consecuencias son mucho peor. Acabamos en un antro de mala muerte, sin saber ya qué estamos bebiendo, yo preguntándome qué coño hago aquí, intentando controlar la situación sin conseguirlo, intentando controlar a los demás puesto que no puedo controlarme a mí misma. Tambaleante, riéndome de un periodista de la competencia que lleva corbata, creyéndome un Teletubbie por lo de los abrazos y sobre todo porque estoy subnormal profunda.

Y a la mañana siguiente, al levantarme, me pregunto cómo ha llegado esta bufanda aquí, es una bufanda azul de canalé.

El momento de la verdad llega cuando, con toda la resaca, pones un pie en la redacción. Primero te preguntas cómo van a mirarte, tras el ridículo de anoche. Pero luego no te preguntas eso, porque la redacción está vacía. Entonces tu pregunta es: ¿cómo saldrá el diario de mañana?

Por alguna razón que no alcanzo a comprender, parece que el diario, finalmente, salió.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustan mucho más tus cenas de navidad que las mías. En las mías, nos hacemos regalos del amigo invisible. Y menos mal que es invisible, porque si fuera visible, este año le hubiera dado unos buenos guantazos. Creo que me ha confundido con una puta a la que le gusta vestirse de papá noel, porque me ha regalado unos pendientes que ¡son dos bolas de navidad doradas gigantes! ¿Dónde coño va con eso? Sólo espero que este amigo invisible haya sido el mismo que recibió mi regalo: un rollo de celo, un paquete de post-its y una grapadora. Todo muy administrativo. Y muy putada. El pobre no sabía qué cara poner. Yo tampoco cuando saqué los pendientes de pendeja del paquete... del amigo invisible. Creo que me he liado un poco yo sola.

Anónimo dijo...

Joder Luthor, eso es una crónica y no el plexiglás. Puedo dar fe de lo de tu afición al baile. Y tengo sospechas sobre quién dijo lo del cimbrel.

Scarlet Ojala dijo...

A mí en la empresa me han regalado un jamón de bellota. Y no he tenido que bailar sola en una sala llena de gente. Ni he tenido que sentirme un poco puta por los de los pendientes (anónimo, ¿tú dónde trabajas?). Ni voy enseñando mis miembros por ningún lado.
Soy muy afortunada.

Alberto Ramos dijo...

A mí también me han regalado un jamón (pero no de bellota, sino del Corte Inglés). Lo inquietante es que ha sido como premio de un concurso de disfraces… y eso que no iba disfrazado.